Intento y Clonaid están vivos

Historia de un riñón

Sexta Entrega

Por Bea Cármina.

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Pues sí amigos, observando las miradas de complicidad que se intercambiaban dos de los ayudantes del Dr. Stefanovich, como les informé en la anterior entrega,  e intuyendo perversas intenciones de los susodichos, me despedí del Doctor amigablemente haciendo caso omiso de aquellos «Imperrtinnnentes», que nos habíamos lanzado en dos ocasiones, y con el fin de estrechar amistad para que me permitiera entrar, a la hora que fuera, a ese hospital de seguridad, en donde habían alojado a «Intento y Clonaid», le hice una entrevista morrocotuda sobre esta intervención quirúrgica exitosa y totalmente avant-garde de la cual se sentía orgulloso, la que en breve, informo, será publicada en la página digital de Somepar – Sociedad Mexicana de Pacientes Renales.

Sospechando como sospechaba de los de bata blanca, no me quise alejar, así que me aposté frente a dicho hospital, resguardándome en mi Datsun rojo, acompañado de mi fiel asistente Renato.

Lo bueno es que mi contlapache, que había heredado de su tío riquezas en monedas y en deleites, siempre cargaba con una lonchera repleta de exquisiteces, de la que su «mujercita» se hacía cargo. Así que mientras esperábamos me pasó una servilleta de tela para que me la amarrara al cuello y pudiera comer sin temor a the-sandwich-shop-hanhammancharme, y a continuación fue sacando ceremoniosamente unos sandwiches triples de diferentes quesos, carnes frías, hojas de lechuga varias, jitomates deshidratados, aceite de oliva, aceitunas y anchoas rellenas de alcaparras, adornadas con hojitas de albahaca, y de beber, seis cervezas negras y frías, por supuesto.

Hincándole el diente a dichos sandwiches nos encontrábamos, cuando vimos salir en una ambulancia a los dos compinches de mirada confabulada. Como recelaba que estaban trasladando a «Intento y Clonaid» a quien sabe dónde, y de seguro con fines oscuros, pasándose por el arco del triunfo las órdenes de Stefanovich: «No moverr por motivo alguno a estos pacientes». Arranqué, sin miramientos mi Datsun tras ellos, lo que provocó que las dos cervezas abiertas se derramaran mojándonos hasta las asentaderas. Desde luego que esas nimiedades no me iban a detener, así que los seguimos disimuladamente y a distancia.

Los sinvergüenzas enfilaron hacia el Ajusco, pero se nos perdieron en una encrucijada. Después de dar vueltas inútilmente en círculos, en cuadrados y hasta en triángulos haciendo caso omiso de rectas, aristas, y hasta de arbustos y caminos sembrados de piedrecitas y pedregones, medio magullados y harto mareados, decidí que era mejor echarnos un sueñito, y proseguir nuestra búsqueda ya descansados.

Cuando nos despertamos estábamos rodeados de puestos de comida. Nos apeamos para ir a reconocer el terreno, cuando de un de repente se abrió un gran ventanal y con valentía e impudicia saltó en paños menores «Intento», el riñón, cayendo con precisión sobre un canasto lleno de almohadas. Mi sorpresa fue mayúscula; me inmovilicé en estatua de sal, hasta que apercibí  con el rabillo del ojo a dos desenfadados taqueros que con todo y machete en mano se empujaban tratando de apropiarse de la suculenta víscera. Fue cuando me abalancé sobre “Intento” lanzando el grito de guerra de «Ojo avizor»: ¡Deteneos bellacos!, desde luego que se quedaron de a seis pues no entendieron ni soca, pero se paralizaron por un instante y esa vacilación me hizo ganar puntos, así que fui yo el que acaparó el riñón. Al instante le susurré al oído: estás en buenas manos “Intento”, no trates de escabullirte porque te reviento.

casa3Al ver salir a los canallas, rojos de furia, de la casa de la susodicha ventana, ordené a Renato llamar de inmediato a Stefanovich, él sabría que hacer. Y punto seguido señalé a los sinvergüenzas y grité a los de los puestos de comida: ¡Son inspectores de salud y vienen a cerrarles los changarros! La reacción no se hizo esperar, los rodearon y sacaron, unos, los palos de las patas de los bancos, otros, los cinturones, y los demás las reatas con las que amarran los puestos. Así fue como mi asistente, «Intento», y un servidor pudimos meternos al interior de esa Casa de seguridad, cuya reja había quedado abierta. La atrancamos y subimos al segundo piso de donde salían gritosinterior-casa-futurista-prefab de auxilio y débiles gemidos, a los cuales les hizo segunda el riñón. Los muy canallas habían extraído a «Intento» o con el fin de venderlo en el mercado negro, o de experimentar con éste, cual rata de laboratorio, por lo que «Clonaid» agonizaba. Me comuniqué con Stefanovich que ya venía hecho la mocha, y él me fue dando instrucciones para aplicarles los primeros auxilios. Cuando llegó el cirujano, primero se ocupó de ellos y después me abrazó agradecido.

Amigos lectores, tengo el gusto de informarles que «Intento y «Clonaid» siguen vivos.

He decidido ir al interrogatorio de estos sinvergüenzas, que a decir verdad, no sé si podrán hablar de corridito, pues vaya que recibieron una buena paliza y/o re atiza.

Para ustedes amigos, Boyd, “ El Ojo Avizor»

“Historia de un riñón” –Continuará-

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